Mis expectativas del clásico más importante del mundo eran amplias.
La historia que envuelve este partido es solo comparable a las más
añeja de las rivalidades.
Y es que todo mundo tiene un equipo favorito, un equipo que ha hecho suyo ya sea porque comparte filosofía, creencias, origen o simplemente porque es el equipo del lugar donde uno nace. Pero además todos somos de Barcelona o de Real Madrid y por noventa minutos los millones que amamos este deporte nos sentamos frente al televisor (los más afortunados en la butaca del estadio) y estamos dispuestos a que 22 de los mas grandes jugadores nos encanten con su juego, nos desnudamos frente a ellos solo para entregarles nuestro palpitante corazón en espera de que su magia nos asombre. Vamos, que o eres de Barcelona o eres de Real Madrid.
Con un primer tiempo por demás trabado, donde el balón pasó más tiempo del que hubiérmos querido en el medio campo y, sin realmente un dominio claro, un par de llegadas por parte del Real Madrid, una de ellas por demás clara de Cristiano Ronaldo, nos fuimos al descanso de medio tiempo con un sabor de boca no del todo amargo (pero tampoco dulce) y concientes de que algo le estaba faltando al juego de que los genios del balón nos estaban ocultando lo mejor para hacernos estallar en la segunda mitad.
Y así fue, al minuto 50 Guardiola decidió que ya era momento de ganar este juego y retiró del campo al intrascendente Henry mandando a Zlatan (el sueco menos escandinavo del mundo) a cubrir su posición, dos balones más tarde y 5 minutos después, una pincelada de fútbol de Dani Alves y el majestuoso toque de Zlatan Ibrahimovic acabaron con el cuadro y las esperanzas merengues al mismo tiempo, la moneda estaba echada y el clásico se pintaba definitivamente de blaugrana, porque si hay algún equipo en el mundo que sepa manejar resultados ese es el Barcelona.
Porque la publicidad y la mercadotecnia prefieren a ese chico portugués que roba los supiros de las quinceañeras, al argentino que por su número y su físico emula a Diego o al brasileño que por su condición de mazónico parte con ventaja sobre los demás y se olvidan (como Sudáfrica 2010 lo hará también) de ese espigado delantero de ascendencia balcánica que utiliza la '9' y que por encima de todos, de Cristiano, de Messi y de Kaká; ha puesto números al partido más importante del año. Esta noche en el Nou Camp bastó con un toque de magia para vencer al rival más odiado, para reinyectar la ilusión en sus compañeros, para colocar al Barcelona por delante de un Madrid que ahora solo se puede seguir en el espejo retrovisor de los blaugranas, bastó con eso, un simple Ibracadabra y ya.
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